23/04/2021

“Por las tierras devastadas del Barbaña”

Crónica diario La Región, 1945.

Crónica La Región
  • Oliva Cid González atendió una de las tiendas que hubo en la aldea de Barbadás hasta los años 70, y en la que estuvieron también  su hermana Basilisa, y antes sus padres Jesusa y Manuel.

 

  • Tras el cierre, la tienda de la actual calle Dámaso Montes, o calle  do Regueiro, pasó a vivienda familiar. En ella  apareció, entre viejos papeles de Oliva, el testimonio de un sonado suceso.

tenda Oliva Barbadas

  • Se trata de la  riada que llevó por delante vidas, casas, puentes y molinos desde Cartelle hasta  Ourense, pasando por Barbadás, en la  media noche del 14 de julio de 1945. Un cronista (sin identificar) lo contó en el diario La Región 18 días y 25 muertes después.

 

  • En lugar de la entrevista semanal, en esta ocasión va la  transcripción completa de esa crónica. En las próximas  semanas publicaremos  entrevistas a varias personas testigos de aquella  catástrofe en las  aldeas de Muíños y O Pontón, bañadas por el río que se desbordó.

 

  • Aquí está la  crónica de aquellos días recogida en la página 3 del periódico del 3 de agosto de 1945, quizás algo larga, pero pensamos que merece la pena:
(Transcripción literal)

Por las tierras devastadas del Barbaña


Nada puede suplir lo que se llama “vista de ojos”. Todos los relatos e informaciones acerca de la riada tenían que ser menos elocuentes que la observación directa de sus efectos.


Por eso hemos ido a verlos. Fuimos siguiendo río arriba hasta Pontón, por la margen de la corriente, vuelta a su curso normal en tiempo de estiaje. Corriente no es la del Barbaña. Se viene atribuyendo al Barbaña el desbordamiento. Realmente no es así. Aquí, en la capital, fue sin duda el Barbaña el que se vio enfurecido, pero el agua no venía del brazo de la Rábeda, que es el verdadero Barbaña, sino del de Barbadanes.


Todos los testigos aseguran que la gran masa de agua procedía de Loiro.


Subimos, río arriba, por tierras arrasadas. En unas, tan sólo se observaba la vegetación abatida contra el suelo, maizales aplastados y peinado como la cabellera de un pollo que sale de la peluquería, huertas segadas y afeitadas por completo.


Algunas tierras estaban cubiertas de un depósito, al parecer arcilloso, unas veces, húmedo aún; nuestras pisadas dejaban en él huellas profundas; otras veces el sol resquebrajaba el depósito reseco en grietas de una geometría casi uniforme; otras, la superficie estaba menudamente rizada como la del agua por la brisa.


Aquellos eran los lugares más favorecidos. En otros el agua había arrastrado toda la tierra laborable, dejando al descubierto el sábrego o la peña.


Llegamos a una floresta donde la relativa espesura de árboles había resistido muy bien el impulso del desbordamiento. En cambio, en los pequeños macizos, se habían detenido montones de troncos y ramas arrancados de más arriba, en cantidad enorme, mezclados con vigas y despohos de edificios. Los paisanos conocen uno por uno todos los árboles arrancados y saben a quien pertenece cada uno de los enormes troncos que yacen al pié de la arboleda inexplicablemente respetada. Son troncos y ramas mucho más voluminosos que los que aquí encontramos en pié, en este paraje llamado Enxido (Barbadanes) y que dan idea de la tremenda violencia de la riada.


Desde allí cerca, nos acompaña un señor de Barbadanes, que nos explica minuciosamente todo el camino.


Hay un ensanchamiento del valle que se divisa desde la carretera, pero es necesario seguir por la orilla del río para darse cuenta de lo que allí ha ocurrido.


Toda aquella parte llana eran, el día antes, huertas y prados de una gran frondosidad y riqueza; un verdadero jardín, “un rosal”, como alguien nos dijo cuando volvíamos por la carretera. Pues bien, de aquello no queda nada. La tierra, antes verde y fecunda se halla enteramente cubierta  por un aluvión de arena y de enormes pedruscos, que la han convertido en un enorme canchal.


Cuanto hemos leído en los libros de geología, acerca de la obra de los glaciares, de las morrenas terminales y laterales, de la formación de los aluviones, de los efectos de la erosión y el desmoronamiento o “derrubio” en las montañas, se nos viene a las mentes.


Los bloques de granito depositados en las márgenes o en el lecho del río son de un tamaño enorme. Algunos están al pie de los macizos de los que han sido desgajados, rotos ya por las diaclasas y acabadas de desprender por la crecida.


Pero otros han sido acarreados desde muy lejos, de cerca o de más de un kilómetro, por el ímpetu de la corriente.


Es asombroso, pero es así. Los ribereños del río saben exactamente donde se hallaba cada uno de ellos, y pueden indicar con toda precisión su procedencia.


Desembarazar las tierras de aquella acumulación de bloques graníticos es empresa que consideran imposible.


Nuestro guía nos va indicando este y aquel lugar: –Aquí había un molino, aquí había un puente… No queda ni la más leve señal de molino ni de puente.


Todo lo más, una muela o un pie de molino, perdido entre los inmensos pedruscos acumulados en montones.


El curso del río estaba lleno de puentes y molinos. Todos han desaparecido. Allá arriba, a la altura de un segundo piso, queda un trozo de muro, con una puerta, de uno de ellos, y dos canzorros de piedra en el aire.


En un estrechamiento del río entre roquedos, entrechamiento que ha debido contribuir mucho a aumentar la violencia de la corriente desbordada, se ven los asientos de algunos bloques desprendidos.


De los molinos y puentes que desaparecieron, muchos, en opinión del acompañante, persona que conoce perfectamente todos aquellos lugares, y a los dueños de cada uno de aquellos molinos, que dieron nombre al río, no volverán a ser reedificados.


Nuestro acompañante, como otros muchos vecinos que encontramos en las tierras afectadas por el desbordamiento, cuando lo encontramos, se hallaba en una tierra suya, ocupado en el intento de remediar en algo los daños, y se dirigía a Pontón, a ayudar a los trabajos que allí se realizan.


Realmente, es notable, edificante y consolador, y se presta a instructivas reflexiones, el ver a las gentes trabajando en las tierras devastadas. Desde el día siguiente andaban allí, enderezando las cañas del maíz, las coles, rompiendo y plantando las fincas en las que se puede hacer esto, quitando de otras arena y piedras manejables, preparando muros, con la obsesión en todos de dejar las cosas en el ser y estado en que se hallaban antes del desastre.


Por un lado, esta es la persistencia incansable del trabajo humano del cual son héroes ejemplares nuestros paisanos, oponiendo la abnegación y el ingenio a la fuerza brutal de los elementos.


Por esto, es el orden eso que llega (¿) de una manera natural y casi instituntiva contra el desorden, la vida reaccionando contra la muerte.


Al día siguiente de una catástrofe que parece debiera dejar a las gentes aterradas y casi incapaces de reacción, el trabajo y el amor a la vida recomienzan insistentes e invencibles.


Lo más trágico nos espera en Pontón… Ya alguna vez, durante el camino, nuestro guía preguntó a alguien que se cruzó con nosotros:

  • ¿Aparecen?
  • -¡Non!

 


Se trataba del cadáver de un vecino arrastrado por la corriente.


Pontón se encuentra asentado en suelo roquizo, sobre una vuelta del río, en posición dominante. Parece mentira que las aguas pudieran llegar tan arriba. Allí el río subió de nueve a doce metros, según las opiniones delos allí reunidos.

 
Está allí todo el pueblo, ante una casa de la que apenas queda una de las paredes, un muro de perpiaño, que da a un camino. Por una de las ventanas de este muro, los vecinos, con el agua cerca de las rodillas, salvaron a todos los habitantes, ya desesperados, salvo un anciano, que desapareció.


Esperaban a nuestro compañero, porque están trabajando en el desescombro de lo que fue interior de la casa, con la terca esperanza de encontrar allí el cadáver del anciano.


Sin embargo, son muchos los que desconfían de hallarle, suponiendo que la víctima fue arrastrada por las aguas.


Se discute con largas explicaciones acerca de la disposición interior de la casa, el lugar en que se encontraba el desaparecido, la dirección de la corriente.


Más explicable es el nivel alcanzado por las aguas en aquel lugar. Hay allí la confluencia de un arroyo que viene de Sobrado, con un lecho bastante alto y que desciende rápidamente para unirse con el llamado de los Molinos, dos Muíños, que fue el causante principal de la riada. Las aguas desbordadas también de este arroyo de Sobrado, al encontrarse con el obstáculo de la corriente principal, tendían a retroceder y subir, y fue el modo de que anegasen el pueblo con empuje tan violento, que se llevaron por delante varias casas. Una de ellas, convertida en un cajón de piedra, colmado tan solo de escombros, es la que figura en el dibujo.

ilustracions La Región 1945
En medio de la calma, de la aparente indiferencia aldeana, de la resignación congénita de las gentes, todavía dejan traslucir, hombres y mujeres, el horror y el terror de aquella noche.


Es una opinión curiosa y pasmosamente acertada la de los que dicen que si en vez de ser de noche hubiera sido de día, el pánico hubiera sido irresistible, y se hubieran causado muchas más víctimas, no solo por haber sorprendido la súbita furia de las aguas a muchas gentes en sus tierras, sin tiempo para ponerse a salvo, sino que el efecto psicológico, al dejarles la luz darse cuenta de la magnitud del cataclismo, hubiera sido tan atroz, que muchos se hubieran quedado incapaces de reaccionar y de tomar medidas, no ya en socorro de los demás, sino ni aún en defensa propia, y hasta hubiera habido quien se dejase arrastrar enloquecido por las aguas.


A nosotros, hombres de la ciudad que, aunque trasnochadores, no estamos familiarizados con la noche, sino con un día artificial, nos impone más la oscuridad y nos figuramos que una catástrofe nocturna debe ser más terrorífica. Para los aldeanos, acaso sea lo contrario.


Emprendimos la vuelta, nos despedimos de nuestro amable guía, a quien tantas noticias y explicaciones debemos, sin olvidar su generosa hospitalidad y excelente vino, por todo lo cual dejamos aquí expresada nuestra gratitud, y caminamos por la carretera, con el buen ánimo que comunica el ir cuesta abajo.


Cuantas personas encontramos a nuestro paso nos hablaban de lo mismo …Con una emoción de lamento y nostalgia, recordaban el esplendor de las vegas inundadas: las pingües huertas, principales abastecedoras de “rianxo” para la capital, los lozanísimos prados que daban huerta todo el año para el ganado, los viciosos maizales de elevadas cañas y enormes mazorcas..


Era un rosal….
 

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